Vamos a imaginar el núcleo ígneo de la Tierra, sin el cual el planeta estaría muerto.
Vemos el sol, el astro rey de nuestro sistema solar, con su melena de fuego, calor y luz irradiando y desparramándose por todo este sistema, dando al planeta la temperatura justa y necesaria para el crecimiento en todas sus fases y formas.
Percibimos todos los espíritus solares, resplandecientes, maravillosos y los espíritus elementales que arden en todos los fuegos del hogar. Y vemos cómo bailan en ellos las salamandras.
Vemos la energía de nuestro metabolismo y cómo dependemos de los espíritus de fuego para su buen funcionamiento.
Vemos nuestro fuego anímico y nuestro fuego mental.
Vemos cómo, cada vez que demostramos valor y determinación, en vez de seguir los caminos fáciles y seguros, brillamos con luz propia.
El fuego, que todo lo purifica y lo transforma, siempre nos alumbra, nos da inspiración, nos da fortaleza y valor para alcanzar los ideales de nuestra vida.
Nosotros también somos fuego, lo necesitamos para crear nuestra vida, para llenarla de ritmo y de pasión, para poder renacer continuamente de nuestras propias cenizas, para transmutar la cólera, la ambición y el odio en serenidad, generosidad y armonía.
Vemos también el centro de la Tierra, donde permanentemente arde y se transmuta todo lo negativo que los humanos somos capaces de generar.
Ahora esto ya no es necesario y lo que vemos ahí, en ese núcleo central, es el corazón de Gaia, irradiando hacia la superficie las llamas ardientes de su amor por toda la vida.
Rodeando y protegiendo todo esto vemos al Arcángel Miguel, cuyo nombre significa Quién como Dios y quien es el Arcángel del elemento fuego y el Guardián de la Puerta del Sur.
También vemos a Djinn, el Rey de los elementales del fuego, custodiando y velando para que todo siga en orden.
Les saludamos a todos y nos comprometemos a mantener nuestro fuego interior vivo, alimentando con él al Fuego Cósmico, ese que nunca se apaga y permanece ardiendo por eones y eones de tiempo.