Finalmente, desde un lugar inalcanzable en lo más alto del cielo, un cielo de un color azul turquesa jamás visto hasta ahora y tan limpio de impurezas como todo lo demás, percibimos una inmensa luz.
Su brillo y su resplandor son tan intensos, que no podemos mirarla de frente, si lo hiciéramos nos cegaría.
Sabemos que es la luz de Dios/Diosa/Todo Lo Que Es, la luz del Amor Infinito, de una belleza sublime.
Es la Luz que todo lo ilumina y que hace posible la vida en todas partes, la Luz de la que han surgido todos los mundos y a la que todos ellos, en algún momento han de volver.
Esa Luz que también está dentro de nosotros porque, sobre todo, eso es lo que somos: pura luz.
En este momento y después de haber imaginado los reinos terrestre, aéreo, acuático e ígneo limpios, purificados, vivos, llenos de belleza y de color, imaginamos cómo todos los seres de todos y cada uno de esos reinos, vivimos en paz y armonía, en este maravilloso planeta Tierra, cuidándolo y cuidándonos, amándolo y amándonos, asumiendo la responsabilidad que nos corresponde de conservarlo bello y sano para las próximas siete generaciones y las evoluciones venideras.
Permanecemos unos minutos contemplando y alimentando esta visión de Gaia como un paraíso, creándola y construyéndola en nuestra mente, con la intención de que, poco a poco, vaya bajando hasta nuestro corazón y lo impregne, pasando después a realizar acciones concretas y diarias para que esta belleza que estamos ahora visualizando deje de ser un sueño y se convierta en realidad.