Los árboles, primeros habitantes de nuestro planeta, siempre estuvieron con nosotros, compañeros y aliados en nuestra aventura humana.
Los árboles cantan… un canto maravilloso que sube de intensidad y armonía cuando el árbol es abrazado, acariciado, loado por su belleza.
Los grandes árboles, en el instante en que abandonan el plano físico, es posible ver sus energías vitales estallando hacia el cielo con una poderosa luz blanca, bajando luego, a través de las raíces, a la tierra que las había alimentado y sido su soporte. ES como si su energía o parte de las misma renueva y agradece con vibraciones vitales la tierra que los acogía mientras su vida se renueva y multiplica a través de las semillas que dejaron.
Cuando nos detenemos ante un gran árbol que tiene cientos, tal vez miles de años, podemos imaginar la cantidad de historias que ha escuchado o visto transcurrir alrededor de sus raíces, de memoria almacenada y sabiduría adquirida, al tiempo que los eventos del mudo se producían y cambiaban sin cesar mientras él, testigo silencioso, crecía.