Todo es Espíritu, incluida la materia, y así devolvemos el lugar que le corresponde al sentido de lo sagrado.
El árbol no es una divinidad que debamos adorar ni tampoco su esplendorosa Dríade, ni los Maestros que buscamos anhelando un alivio para nuestra existencia dolida sino el hecho de reconocer a través de ellos la Sustancia de Amor que impregna y es cada ser, Dios el Creador de la Vida, despertándonos en Su Presencia.
Esta conciencia, una vez alcanzada, nos devuelve una mirada que ya no se dirige hacia lo exterior, a la simple apariencia de las cosas sino a su alma, al principio que las constituye, que las sustenta y mantiene en vida. El principio femenino se manifiesta como creación, como eterna regeneración, como acogida y reconocimiento de la vida, como movimiento de expansión que nunca es repetitivo. Es el principio de la Madre Divina: el principio de la Paz a través de la toma de conciencia de lo que genera separación. Es la paz como resolución de conflictos. Es Armonía y Belleza y Reconciliación. Es el principio que mora en toda mujer y todo hombre esperando ser reconocido y vivido.
Los Entes de Luz que se manifiestan bajo formas femeninas no sólo encarnan este principio sino que lo expresan para incitarnos a despertarlos en nuestro interior, Para ir de la corteza agrietada de nuestra superficialidad hacia la siempre joven linfa vital de nuestro Espíritu.
Los mensajes de las Dríades son una invitación a cada uno de nosotros con una conexión con el Manantial de Vida que a través de ellas se dirige al Manantial de Vida que se halla en nuestro corazón para llevarnos mucho más allá de nuestros pequeños deseos personales, hacia el deseo que nos une a todos para que pueda disolverse todo sentimiento de separación.